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SÚPLICAS AL ESPÍRITU SANTO

¡Oh Divino Amor, lazo sagrado que unes al Padre y al Hijo! Espíritu todopoderoso,

fiel consolador de los afligidos, penetra en los abismos de mi corazón; haz brillar en él

tu esplendorosa luz. Esparce allí tu dulce rocío, a fin de hacer cesar su grande aridez.

Envía los rayos celestiales de su amor hasta lo profundo de mi alma, para que,

penetrando en ella, enciendan todas mis debilidades, mis negligencias, mis languideces.

Ven, dulce Consolador de las almas desoladas, refugio en los peligros y protector en la miseria.

Ven, Tú que lavas a las almas de sus manchas y curas sus llagas.

Ven, fuerza del débil, apoyo del que cae.

Ven, doctor de los humildes y vencedor de los orgullosos.

Ven, padre de los huérfanos, esperanza de los pobres, tesoro de los que están en la indigencia.

Ven, estrella de los navegantes, puerto seguro de los náufragos.

Ven, fuerza de los vivientes y salud de los que van a morir.

Ven, ¡oh Espíritu Santo!, ven y ten piedad de mí.

Haz a mi alma sencilla, dócil y fiel, compadécete de mi debilidad con tanta bondad

que mi pequeñez encuentre gracia ante tu grandeza infinita, mi impotencia la encuentre ante la multitud de tus misericordias.

Por nuestro Señor Jesucristo, mi Salvador, que contigo y con el Padre vive y reina, siendo Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

(San Agustín de Hipona)